perdimos contacto con el último robot que mandamos
para buscar v i d a e n o t r o planeta
antes, nos habló de la oscuridad
que llevaba meses envolviéndolo
bajo la tormenta de arena
mientras resonaba en la atmósfera
su última transmisión de radio
le instalamos una bocinas
una rudimentaria
voz
porque sentimos que era muy raro
mandar tan lejos en el espacio
a un robot sin darle al menos
algo con que pudiera emitir
vibraciones sonoras
—ruido y entropía—
entre el vacío de
casi infinita
incomunicación
ese día
mi pequeño helecho
que escondía en una cueva
murió
hay veces que
en sueños confundo
el tono de voz
magnético
que le instalamos
a la sonda
con el silencio
que emanaba
del helecho
y siento
como
todo el
espacio se llena
de ruido y entropía
como una
comunicación
casi infinita
que se expande
envolviéndome
—infinitos granos
de ruido
hormiguean mi piel—
[ muchas veces pienso
acaso la razón de la vida
en este planeta
sea simplemente
la resolución del problema
de la no-comunicación:
incorporándola al sistema ]
La imagen en los monitores está compuesta de luz
millones de pequeños emisores que la irradian.
Pequeños puntos que no pueden imitar
el baile de los colores en el tornasol
de un charco con aceite.
Los pixeles no tienen sombra,
no reflejan luz
ni tienen textura,
los pixeles son ceros y unos
que indican de qué color
verás la luz en el monitor;
son tan fríos
que no me extraña
que los hayan traído
los astronautas desde la luna.
el problema cuando uno piensa en los planetas
no es la noción de que si su circunferencia es suficientemente esférica
o si son tan pesados como para deformar el tiempo espacio // cercano a ellos
y tener como adornos cosméticos basura y cascajo girando a su alrededor
el problema con los planetas
es si podemos pensar uno
que no sea este
donde vivamos
y no sea como este:
un planeta de otro color
con otro aroma
con otra idea del arriba, abajo, y del espacio
un planeta donde la noción de materia
o de lenguaje sea tan extraña
que el forzar a nuestra mente a entender
la inconmensurabilidad
de la vida
dentro de lo que no podemos pensar
nos haga
imaginar este mundo
de otra manera posible
ese sería el regalo
de la vida en el espacio.
El Planeta 9 no se puede ver.
Habita entre un cúmulo de hielos
en el lejano cinturón de Kuiper.
Ahí está, un pasajero más
en el sistema solar,
que viaja con nosotros
en los bordes de la galaxia,
sin que nos demos cuenta,
completamente
congelado entre las tinieblas,
sombra en la noche.
La luz del sol no se ocupa del planeta nueve.
Para Mike Brown se parece al tímido:
ensimismado,
evita que lo noten al fondo del salón,
cuando florece su piel ante el mínimo gesto
inesperado de unos ojos que lo miran
sonrojarse.
También comenta que es como el amor:
sólo lo conocemos por los objetos
visibles de roca y hielo
que se reúnen influidos por la gravedad
de ese imprevisto vacío
que Mike Brown ha llamado planeta.
Mike Brown aclara que el teórico descubrimiento
repara la promesa hecha a su hija
de subsanar la democión de Plutón,
de la cual fue parcialmente responsable.
Es un padre que intenta suplantar
el vacío que siente su hija por la ausencia
de su perro Plutón
que “se escapó corriendo”
y en su lugar le regala
un pez beta como planeta nuevo.
Por eso sabemos que está ahí.
recibimos
una pequeña señal
de una sonda
que lleva décadas escapando
de nuestro sistema solar
sorprende que su información
aún llegue a la tierra
sabemos que debe estar
a unos 15 mil millones de kilómetros
de nosotros e intenta
escapar
la zona donde colisionan los vientos solares
con la radiación electromagnética del espacio
tiene
como reliquia de la civilización
una superficie grabada que permite
que una aguja que escarba entre grietas
y el magnetismo de unos imanes
generen ondas acústicas
cuando empezó su periplo
se pensó que podría ser
lo único que sobreviva de la humanidad
y que de noticia
de lo que fuimos
por mi parte
no cargo tales esperanzas
y como diría el poeta
la mucha belleza me hace siempre perverso:
sé que una triste roca
compuesta de agua congelada
y algunos metales pesados
golpeará la superficie
de sensores y aparatos
y dejará como basura
en el espacio interestelar
nuestra última esperanza
Algún día cultivaste, Bender
una civilización en tu vientre, y después
del uso de material atómico para resolver los conflictos
entre los del frente y los de atrás
viste una galaxia que hablaba en binario
y sentía empatía
por todo lo vivo y por el vacío.
Podrías haber pasado milenios
recorriendo el espacio, afinando tu arte con un piano,
sin mucho botín con que enorgullecerte.
Pero al final Fry buscó
con unos monjes
cómo encontrar a dios o al robot que alguna vez
fue todo poderoso sobre una civilización.
Es natural que ahora entienda
mi angustia cada vez que,
sin querer,
mato a una hormiga.